Todo

Qué sentido tiene todo, si un día este todo se irá.
Qué es ese todo que anhela mi alma,
que añoran mis lágrimas.
Ese todo por el que mi corazón late insatisfecho,
late con dolor, con ganas de saltar al abismo en busca de ese todo.

Quisiera poder convencer a mi sed
que ese todo no es más que un soplo del aire de otoño,
un suspiro de ese ser enamorado sentado en el anden.
No es más que un recuerdo nostálgico
por el que la pena de las almas rotas pagaría con olvido.

Quisiera poder convencer a este ignorante corazón
que el todo por el que lloró no es más que un efímero latido del invierno,
un eterno segundo de la estación de tren donde viaja el amante,
no es más que un frío aleteo del pájaro gris.

Quisiera poder convencer a mi llanto
que ese todo por el que vacía el alma
no es más que una triste sonrisa imperceptible
en el rostro de la mujer que alimenta con sus historias las palomas del parque.
No es más que un desesperado grito de las cartas mudas
que nunca se enviaron,
o no más que el silencio de las que nunca fueron leídas.

Quisiera poder convencerme
que ese todo no es más que una lágrima de la nube
que abraza el cielo en una triste y fría noche de diciembre.

 

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el paso de los días

Qué viaje tan largo,
el camino parece corto
pero el tiempo no me acompaña.

No quiero atravesar las primaveras si están marchitadas,
pues temo encontrar mi flor pisada y descolorida
temo que el viento desgarre el grito de mi alma insatisfecha
y acabe haciéndole compañía al siniestro silencio.

Pues qué voy a temer,
si no es esa soledad que se esconde detrás de los girasoles
donde sólo hay sombra y sueños rotos.
Temo que llegue enero y aún no haya sido capaz de despedir diciembre,
decirle a los días que estoy lejos, pero que quiero que me encuentren.

Quizá necesite un caricia que reabra heridas cicatrizadas,
sólo para asegurarme de que están ahí
recordarme que la monotonía de los días es ligera
sólo si hay otros hombros que hagan de soporte,
pues es pesada esta vida tan vacía
tan corrompida por horas de ruido callando
tan sola, tan mía.

Temo cerrar la puerta con cerrojo y tirar las llaves
y que después llame a mi puerta un brisa de felicidad,
pidiendo refugio en un corazón deshabitado pero aún vivo.
¿Cómo le digo a un corazón roto que abra las ventanas para liberar ese sabor a podrido,
sin temer que se escape ese recuerdo por el que aún sigue latiendo?

Temo, entonces, que algún día me rompa en algún verso
y no haya poesía que me recomponga.

 

 

 

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He vuelto a caer

He vuelto a ti.
Me mentía diciendo que ya había superado esta terapia con el papel.
Me mentía para creerme.
Me decía que soportaría las penas,
ya conozco este mar
fue donde aprendí a nadar.

Intento saltar,
pero mis lágrimas me retienen.
No quiero manchar esto de tinta
pero tanta rabia me consume.

¿Alguna vez has escrito llorando?
¿Alguna vez has gritado hasta derrumbar tus muros,
pero tu boca seguía sellada?

Estoy cayendo y no sé dónde puse el pie.

Mi alma se está rompiendo,
y yo, yo sólo estoy llorando.
Y escribiendo.
Le grito al papel
porque éste escucha mis voces,
y aunque no las calla,
las pone en orden.

Intento buscarme entre tanto jaleo
pero me pierdo entre tantos vacíos.
¿Por qué intento encontrarme?

Sé que soy esa flor marchitada,
pisada, descolorida,
pero aún tengo esa breve esperanza
de poder ofrecerme un poco de agua
y quizá, un poco de luz.

¿De dónde voy a sacar agua?
Mi cabeza está seca de tantos disparos,
mi corazón sediento de un poco de paz,
y en mi alma ya no llueve.

¿De dónde voy a sacar un poco de luz?
Mi cabeza está apagada de tantos pensamientos quemados,
mi corazón está oscuro de tanta guerra
y en mi alma ya no llueve,
pero sigue nublada de manchas grises
que ya se han cansado de sollozar.

¿Por qué te escribo?
¿A caso ya no has dolido suficiente
como para tener que hacerte perpetuo?
Plasmar esta angustia con palabras
que huyen cada vez que cojo el lápiz.

¿Que por qué te escribo?
Porque no tengo más espacio en estas cajas
para tanto dolor.
No tengo compañeros suficientes
para tanto silencio.

Intento cerrar los ojos y desvanecerme.
Imaginar que estoy en un cuerpo inédito,
que soy un alma satisfecha, contenta.
Que ya no callo
que comparto toda la alegría
cantando los buenos días.
Intento imaginar que estoy en el planeta azul,
que llevo un vestido de flores
porque dentro es primavera.
Que hay rosas,
rosas blancas y puras.
Una rosa por cada sonrisa
y ya habito en un jardín nevado.

Quiero imaginar que el cielo es azul
y que las nubes son pasajeras.
Quiero imaginar que puedo ser feliz.
Levantarme y que mi alma se levante conmigo.
Sonreír y que mi corazón sonría conmigo.
Quiero escribir solamente para decir
un «te quiero» o un «hasta pronto».

Quiero pero no puedo.

Sigo levantada con el alma por los pies,
sigo sonriendo con el corazón dañado,
y sigo escribiendo para decir
un «he vuelto a caer».

 

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Pétalos de olvido

Estuve aquí,
en este ricón oscuro,
solitario
negro.

Estuve aquí y huí.
Demasiado frío y pocos abrazos,
demasiado silencio y pocos oyentes.
Todos me miraban tristes,
yo acariciaba esa sutil tristeza,
deslizaba mis heridas entre versos rotos,
pero había demasiado dolor y poca tinta.
[y aquí, aún había demasiada nostalgia
y pocas lágrimas.]
Habitaban en pozos negros,
en tormentas sin calma,
en tornados sin nombre.
Simplemente, habitaban
y callaban todo ese silencio
que era inaguantable,
pero por el miedo al ruido de la verdad,
siguieron callando.

Era eso, o estar aquí.

Aquí,
donde estuve antes
y donde vuelvo a estar.

Aquí, donde el Sol se llama Luna,
y la luz es gris,
donde los pétalos son espinas
y las cicatrices, recuerdos.

Me rodean miradas,
dicen ser arte,
y me matan poco a poco.
Me miran y me rompen más.
Y no estaba rota, sólo descosida.
A ratos sangraba,
pero siempre me vendaban esas miradas,
que aunque me mataban,
eran la única cura.

Arte,
está aquí,
conmigo.

Y yo,
estoy aquí,
con el olvido.

 

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Ella ya no está

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Ella ya no está.
Destrozada,
abrazando a los monstruos de su cabeza,
tirada debajo de la cama.
Pero no está.
Es que ya no siente,
su corazón dejó de temblar
y pidió tregua a esa larga guerra
entre él y ese absurdo término al que llaman razón.
Quiere dejar de ser masoquista,
y agarrar los pájaros
que habitan ése jardín caótico.

Ella ya no está.
No sé si me entiendes cuando digo
que la Tierra está patas arriba,
que por más que salte cae más bajo
y toca suelo.
El mar la roza cuando alza la vista
y por más que busque
ya no hay horizontes que separen
los dos infiernos.
Ser fuerte era,
en otras palabras,
reír.
¿no éramos acaso todos fuertes?
Quien ríe ahora son sus lágrimas,
se ve que tanto dolor hace cosquillas.

Escucha, ella ya no está.
Ya no sufre, creeme, solo piensa.
Se come la cabeza con mil torturas
y de postre, me han dicho
que toma poesía, ya sabes
para darle sabor dulce al pesimismo.
Mirarse en el espejo nunca dolió tanto
como cuando ves reflejada tu alma,
y no tus ojos.
Para qué mentir, estaba rota.
[qué débil]
Era tan frágil,
que solo con tropezarse con su pasado
se rompió en mil pedazos.
Menuda alma ciega, sigue esperando el abrazo que la reconstruya.

Pero ella ya no está.
No se fue a ningún sitio,
está
[pero no está]
aquí abajo.
No sé dónde, pero en algún lugar
dicen que la oyen suspirar
(¿o llorar?)
De hecho no saben ni si es ella,
sus suspiros (o su llanto)
se confunden con el del resto de almas perdidas,
se ve que no es la única que sangra,
aún así está sola
deambulando por los pasillos de sus recuerdos
y todas las luces están fusionadas,
ningún recuerdo brilla.
Dicen que soledad es la mejor amiga
de su alma, y es la única
la única, digo,
que se ha atrevido a abrazar
a los pedazos sangrientos de su alma,
que dicen que ya está podrida
¿cómo no estarlo?
llevaba años encerrada en ese baúl
al que llaman cuerpo, observando
desde dentro como el mundo se destruía,
y la destrozaba.

Ella ya no está.
Ya no recuerda cómo se camina hacia delante,
pues no sabe alejarse del árbol
dónde vio suicidarse a su felicidad,
que ahora sus espinas están por todo el camino,
y duele.
Creo que duele porque ya no sonríe,
ya no es fuerte
¿lo fue alguna vez?
La cubría una capa de esperanzas,
de esas que te matan primero
para ser ellas las últimas que mueren.
Creo que ya no está segura de cómo se vive
pues solo existe y se autoquema.
No sabe si quiere crecer
o volver a ser pequeña
y desear no crecer más.

Al fin y al cabo, ella ya no está.
Nunca estuvo y
siempre estuvo aquí.
Atrapada,
entre el dolor y la alegría
entre la felicidad y la tristeza
entre la lágrima y la sonrisa
entre la prosa y la poesía.
Siempre estuvo aquí y ya no está.
Siempre estuviste aquí y ya no estás
[¿por qué miento?]
Siempre estuve aquí y ya no estoy.

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El café; y tú.

El primer café y tú no estás.
Suspiro por cada defecto y dibujo mariposas en el espejo, ya borroso.
Recito el verso que despide el poema de la noche y entre rimas guardo el último suspiro que no me atrevo a echar, por si el espejo me lo roba.

El segundo café y tú no estás.
La vela se está haciendo más pequeña y la llama cada vez tiene más sed.
La locura corre cada vez más deprisa y arrastra con sí la pizca de cordura que até con fuerza a la razón, por si algún día te pensaba.

El tercer café y tú no estás.
Ya está lloviendo y el sol sigue sin asomarse.
Ya no quedan migas de pan que seguir y la paloma, aún desorientada, sigue con hambre.

El cuarto café y tú no estás.
El mar ya no espera al viejo y éste ya murió acostado con Esperanza.
Las paredes cada vez son más oscuras y las luciérnagas ya se han suicidado.
Ya no hay ruido en la calle, supongo que ya callaron todos mis demonios.

El quinto café y tú no estás.
El reloj sigue parado, por si vuelves y quieres retomar la vida desde el momento en la que la has dejado.

El sexto café y tú no estás.
La certeza está empezando a dudar del tiempo y éste sigue parado, esperándote.
El gato se suicidó seis veces y ahora está en el séptimo puente de la ciudad.
Ya no hay más sombras que dibujar, ni siluetas que abrazar.
El día sigue gris y el café se está acabando.

El séptimo café y tú no estás.
El olvido está llamando a mi puerta y no me atrevo a abrir.
El tiempo y la certeza se abrazaron y mi último suspiro se escapa por la ventana. Ya no hay más salidas.
Abro la puerta y abrazo.

Qué lástima, el primer café y tú no estás.

Poesía; o poeta.

«Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema…»  Jaime Gil de Biedma

 
Dicen,
que lo que se acaba
muere,
y no vuelve.
¿Es que acaso no han visto como muere el sol?
y el día siguiente
siempre vuelve.

Pero,
qué sabran de vueltas esas manos
que han sido abandonadas en la ceguera,
esas esperanzas
que se han enterrado bajo hielo,
si lo único que ven
es como se marcha el sol
porque para cuando éste sale
estan ahogados,
en penas,
en lágrimas,
en la vida.

Y qué triste es pensar
que uno comprende el dolor
mediante un verso improvisto,

que os juro
que la poesía no sufre
ni la mitad que el poeta.

Que un verso no se hace,
yo sentí mil versos,
y continuo sin hacerme.

Crecí entre líneas,
pero siempre
me hacía pequeña frente poemas,
y míranos,
y verás que el poeta
no es ni la mitad de lo que es la poesía.

 

 

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Claro de luna

 

Empiezas,
luces apagadas
pero mi alma aún está despierta,
hecha de cenizas.

Mírate,
yo te miro
y me veo reflejada en ti,
tú la bonita
y yo el reflejo.
Quizá ya no haya sol,
pero yo no lo necesito
mis versos se escriben solos
y sin embargo son ellos los que me escriben

No me llames, nunca contestaré,
no sé hablar de poesía
de amor
del futuro
de la vida
sin hablar de ti.
No sé sentir,
sin sentirme rota.
Aún estoy hecha de cenizas,
el viento es suave
y quedan trozos de mi.

Te recuerdo de aquella noche,
donde solo quedaban velas
y poco a poco,
solo quedaste tú.
No sé por qué estoy aquí,
pero estoy.
[y nunca quise estar]

No me voy a mover,
no puedo.
Solo puedo sentarme
y contemplarte,
además de bonita,
eres real.

No pretendo hacer arte contigo,
solo pido que contigo haga algo el arte,
no pido rosas, solo perfume a ellas.
Nunca pedí alzar la vista,
pero te vi con la cabeza gacha.

 

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Me llamo barro aunque Miguel me llame (Poemas de amor, 74)

 

Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.

Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos y a sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.

Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.

Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.

Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.

Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.

Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.

Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.

Miguel Hernández

Silencio

Se confunden,
sufro pero no callo,
escribo.

Hago del dolor versos,
de las lágrimas comas,
y de los gritos puntos silenciosos.
Dejo mis deseos en estrellas,
que son tan fugaces que ni siquiera pasan.

Abro mis heridas al papel,
y al mancharlo la tinta forma palabras.
No me doy cuenta, pero escribo.
A veces ni siquiera leo,
solo lloro.

Cambié mis espinas por el lápiz,
y las rosas que forma son más bonitas.
Creedme, nunca me rompí
sin dejar trozos de papel
¿o era el papel que dejaba trozos de mi?

Nunca supe si atardecía,
o era el cielo que decidía escribir,
y qué menos, con esa Luna,
con esa Luna escribía poesía.
Incluso a veces me acompañaba,
lloraba conmigo,
o leía lo que yo lloraba.

Porque a veces sólo escribo,
pero otras veces me escribo.

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